lunes, 17 de marzo de 2014

INICIOS


En el año 1991, durante el primer partido del cuadrangular final, vio la luz la barra Furia Roja. La iniciativa de creación la tuvo un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Occidente quienes armados con enormes y vistosas banderas rodaron por el estadio hasta ubicarse en la tribuna Norte donde saltaron y cantaron un solo coro que era lo tradicional.

“En el segundo partido de ese cuadrangular nuevamente aparecieron estos personajes saltando y agitando las banderas, entonces aquellos que teníamos ese sueño de cantar y de saltar en el estadio caímos a Norte al siguiente partido. Y es ahí donde de forma improvisada y desordenada la barra se agrupa... como una mancha que se mueve por la tribuna. Esa vez, por la emoción, improvisamos dos o tres cantos con un vocabulario soez y jocoso. Al finalizar el partido intercambiamos teléfonos” (Edgar Luther).

En el primer clásico del año 92 apareció la barra mejor organizada. “Llevamos papel picado, llegamos al estadio uniformados, nos saludamos aún sin conocernos y nos ubicamos allá arriba, en el segundo piso de Norte. Esta vez preparamos algún coro y en el desarrollo del partido lo tiramos, cantamos de pie y todo el estadio nos vio con alegría y admiración. La verdad es que la barra creció medianamente y los coros que se imponían tenían cierto aire parroquiano”.

La característica principal de la barra fueron las banderas. Era requisito llevar una bandera grande, llamativa y diferente. “Cada uno ondeaba su bandera. Se montaban coreografías y al unísono la barra cantaba. Se causó gran impacto en el resto de hinchas que asistían al estadio por el colorido, los cantos, la emotividad, por la diferencia”.

Cuando se inició el proceso de la barra como tal ya había gente que lideraba el grupo por su antigüedad, el número de integrantes de Furia creció, aunque sus componentes pertenecían principalmente a las capas medias.

Los fundadores, “niños bien” estudiantes de universidad privada, empezaron un juego de poder con “los de barrio”: trabajadores, obreros de fábrica, estudiantes de institutos tecnológicos, un gran número de habitantes del barrio Petecuy y algunos estudiantes de la Universidad del Valle.

“Aunque no faltaban las paradojas éramos un parche alimentado por la pasión, fuimos amigos, aprendimos a tolerarnos en la diferencia y esa es una de las cosas que más valoro”.

“En el año 1992, en el partido que América jugaba contra El Nacional, por la Copa Libertadores, la Furia estaba en su apogeo y el Estadio era una fiesta. Nosotros saltábamos eufóricos y la gradería cimbraba. De repente éramos el centro de la atención, las cámaras de TV nos enfocaban fijamente, probablemente hasta ahora nunca se había vivido el fútbol de esta manera en ningún estadio colombiano. Sólo después, en mi casa, entendí que los periodistas esperaban grabar el momento de nuestra caída, puesto que la tribuna Norte estaba partida y se veía mecer sobre occidental, subía y bajaba. Los periodistas estaban pendientes del momento en que cayéramos, pendientes de la chiva (...). Fuimos forzados a dejar norte y decidimos irnos para Oriental primer piso”.

Allá el cambio fue drástico, además no todo el parche siguió a oriental, sobre todo los que fumaban bareta y los que no tenían para pagar. Algunos siguieron en Norte y otros se fueron para Sur. Ya sumábamos como 500 personas en el estadio, pero de la barra, barra sólo 300. Se marcó definitivamente una diferencia con las otras barras, las tradicionales. La característica Animosidad de la Furia, sus banderas, la gente saltando al ritmo de los cánticos y la juventud de sus integrantes crearon una brecha en la hinchada americana.

Paradójicamente, mientras la barra ganaba popularidad y el número de adeptos crecía tanto o más que sus finanzas, a la Furia Roja le sobrevino una crisis.

La gente se cansó de pagar por todo y no ver la plata invertida. La gota que rebasó la copa fue una fiesta que organizaron para festejar el fin de año. Todo fue un fiasco. Nadie supo dar razón del billete.

Corría el año 1994 y una pequeña disidencia se fue para Occidental con el nombre de Estruendo Rojo, pero con la muerte de uno de los líderes de la Furia las cosas volvieron a la normalidad, la Furia se unificó nuevamente. El equipo rojo vivía la era de Maturana, y la hinchada no estaba contenta. Aún la Furia, que se caracterizaba por ser incondicional, la emprendió contra los jugadores y el técnico. Además el exceso de alcohol en la cancha menguó la forma de alentar de la barra. Muy pocos continuaron en Oriental, otros volvimos a Sur y un combo de sardinos -3 o 4 rockeritos que nunca tuvieron voz ni voto- se fueron para Norte y pusieron el punto alto allá.

“Cuando llegamos a Norte, la Furia era ya un recuerdo. La verdad es que yo nunca compartí la ideología con los líderes de esa barra. Me tocaba ir porque era la única barra joven que había y porque algunos amigos míos también iban (...) Desde pequeño idealizaba algún día ver una barra distinta a todas, un parche único. Yo pensaba en algo grande, pero como no tenía oídos atentos, mis ideas siempre sonaron absurdas. El combo en Norte era pequeño pero fiel y nació de pura alegría, me tocó convencer a la gente para armar una disidencia” (Harold “El Muerto”).

Un día se encomendó a un man de la barra hacer un trapo para poner en Norte y por alguna inexplicable razón le puso Torcida y todos empezaron a llamar así a la barra, aun cuando este nombre nunca fue tomado por la barra como tal.

La cosa fue en Norte segundo piso, con un grupo no muy grande. Pero un asunto sí fue claro, como transición importante Torcida no cantaría coros de la Furia, pues en la mayoría se generó malestar contra la antigua barra.

La barra creció y aparecieron nuevas personas cada vez más jóvenes. Se popularizaron las caras pintadas, volvieron las banderas, aparecieron los estampados del Ché, se empezaron a adaptar canciones de Fito Paez y de otros cantantes argentinos y el reconocimiento se hizo mayor.

Vinieron los partidos de la final de la Libertadores en el 96, la barra llenó la tribuna y alentó con fuerza a pesar del traspiés futbolístico. El núcleo de la barra se conformaba por aproximadamente 200 personas, hinchas experimentados de anteriores procesos, agrupados de forma algo irregular pero comprometidos con la pasión.

Localizados en norte durante la final del año 1997 y en plena algarabía por la celebración del título, la pancarta de la Torcida que se exhibía sobre la tribuna fue destruida misteriosamente. Este hecho marcaría el último y definitivo desplazamiento de la barra por el Pascual.

“Mi idea siempre fue el nombre de Barón Rojo, porque me gustaba esa banda española de metal, escuchaba varias de sus canciones... “Hijos de Caín”, “Tierra de Vándalos”, “nos vamos para el infierno”, temas con los que me identificaba. Y un día cogí un trapo que estaba en mi casa y pinté con letra gótica blanca: Barón Rojo, una pancarta de ocho metros de largo. El primer trapo de la barra, que no era Sur todavía”.

El nombre también hacía referencia explícita a Manfred Von Richthofen, uno de los más bravos y aguerridos pilotos alemanes de la primera guerra mundial conocido como el Barón Rojo. En aquel entonces se propuso trasladar el colectivo a la tribuna Sur, ya que estando allá se posibilitaría el crecimiento del grupo, además era la tribuna más popular y por tanto el espacio natural de la barra. Desde entonces se adopta el nombre de Barón Rojo Sur.

El paso a la Sur no fue fácil, en el segundo piso de esa tribuna se ubicaba un grupo de hinchas veteranos conocido como el parche de “Páginas Amarillas” con el cual hubo constantes enfrentamientos, impidiendo el crecimiento de la barra.

El grupo decide entonces ubicarse en el primer piso de la tribuna. En este período hubo altibajos. A veces el número de hinchas era nutrido, mientras que otras veces sólo los fundadores aparecían por el Pascual. Los líderes de la barra decidieron entonces tomar cartas en el asunto, diseñando una estrategia que permitiese que la popular se colmara en cada fecha, llegó gente de todo tipo, algunos sólo por curiosidad, pero para muchos la barra se convirtió en una forma de vida.

Fue una época dorada para el BRS; el equipo rendía y la barra rendía, se hicieron los primeros viajes, se publicó el primer “Volumen Brutal”, se compusieron nuevos cantos, se diseñó un nuevo frente, se tomó nuevamente el segundo piso y existía un protagonismo mediático que señalaba al BRS como una de las barras más violentas en el ámbito suramericano.

Hoy por hoy, el Barón Rojo Sur alberga tantos simpatizantes que se hizo necesario dividir la barra por sectores, y existen alrededor de la ciudad los denominados Bloques con sus respectivos líderes. También cuenta en su prontuario con página web, con publicaciones autogestionadas, con el récord de ser la primera barra en haber acompañado a un equipo colombiano fuera del país (Perú y Ecuador en el año 2000).

“El BRS se convirtió en una epidemia, pues la barra sobrepasó la ciudad y donde uno va encuentra gente de la barra, filiales regadas por todo el país, es un movimiento abierto a todos”.

En el año 2003 la barra mostró su madurez y su grandeza. Siempre, en todos los estadios donde el América jugó hubo presencia de la barra. Los viajes masivos por todo el país y el continente – Ecuador, Venezuela, Paraguay y tres partidos en Argentina-, las salidas más vistosas del país, el carnaval antes, durante y después de los partidos (por primera vez en Colombia un partido tuvo que ser detenido por un evento no violento en la cancha, contra el rival de patio), los mejores cantos originales y el aguante en constante crecimiento, permiten que hoy, sin lugar a dudas, el Barón Rojo Sur se posicione muy por encima de las demás y se haya convertido en una presencia imprescindible para la institución Americana.

Esta historia está lejos de llegar a su fin, hasta ahora los logros han sido enormes, pero el camino aún no termina, el Barón Rojo Sur está en permanente evolución y cada vez se hace más necesario el compromiso de todos, porque ser Barón Rojo es más que un estilo de vida, es la vida misma.


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